Sí que sería necesaria una regeneración ética en el PP, si aspiran a ganar por mérito propio las próximas elecciones, pero ésta no la va a hacer ni Mariano Rajoy ni Esperanza Aguirre, ni se ve ningún movimiento de las nuevas generaciones por producirla. Las declaraciones de intenciones contra la corrupción son de risa, se carga contra algún chorizo, caído en desgracia, como Matas, pero se sigue disculpando a Camps, Barcenas y tantos otros. Mientras se arremete y se crean insidias contra Chaves o Bono, y se alienta la teoría de la conspiración de los aparatos del Estado controlados por los socialistas contra el PP. Todos los políticos serían corruptos, todos manipulan y confabulan, pero ellos son los de siempre, a los que les corresponde el poder político y económico, por la gracia de su Dios y su nacimiento, pues para algo ganaron una guerra.
Pero ahora, desde que hubo un juez valiente, como Baltasar Garzón y una fiscalía anticorrupción con medios suficientes, no se trata, según apuntan las investigaciones periodísticas, judiciales y policiales, de casos aislados o errores, sino de múltiples tramas en las que están implicados importantes cargos del PP, lo que muestra que no estamos ante una excepción, sino ante la regla de su uso del poder político haya donde han gobernado.
En la Comunidad Valenciana, estamos ante un claro ejemplo de una manera de hacer política como un medio para forrarse y hacer negocios para nutrir las clientelas de poder y dinero en las que se sustentan. El aprovechamiento de los contratos con la Generalitat y del dinero público nutre a empresas como las de la familia Cotino, grandes eventos y construcciones faraónicas que han hecho dispararse la deuda pública, mientras que nuestros servicios y derechos sociales se han ido degradando, como sucede en educación, sanidad o aplicación de la ley de dependencia.
Pese a los casos judiciales que se les vienen encima, Camps no dimite y Fabra asegura su legado, el PP mantiene prietas las filas bajo sus líderes, confían en que la nube escampe, en que la Justicia y el electorado valenciano les sigan siendo afines, se descubra lo que se descubra.
Los partidos de izquierdas valencianos arrecian sus críticas, pero tampoco son capaces de articular, liderar o apoyar una respuesta ciudadana más allá del parlamento valenciano. Cada uno busca la suya propia, mantener su diferencia en espera de lo que pueda pasar en unas próximas elecciones, que en muchos casos se vuelven a dar por perdidas.
Esperar que la justicia valenciana haga cambiar las cosas, confiar en unos mejores resultados que permitan fortalecer a su grupo, mientras se desconfía de la ciudadanía, no es ni una buena apuesta, ni la ganadora, pero esperemos que pronto se vayan los nubarrones y brille el sol, para que nos podamos ir a tostarnos a la playa, mientras que a fuego lento y buen ritmo se cueza quien se lo merezca.
Un mes de penas y fatalidades
EL PAÍS. JOAQUÍN FERRANDIS
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Sufren manía persecutoria
EL PAÍS.J. J. PÉREZ BENLLOCH
ENRIC SOPENA. Elplural.com.20/06/2010
Cabos Sueltos
¿Y si Ricardo Costa largara, Sr. Rajoy, Sr. Camps?
Juan Costa, ministro en el último Gobierno de José María Aznar, lleva repitiendo de cuando en cuando las verdades del barquero respecto a la trama Gürtel y su dimensión valenciana. Sucedió que el hermano de Juan Costa, Ricardo, a cuenta de la corrupta sombra de El Bigotes, pasó de ser secretario general del PP en el País Valencià a ser suspendido de militancia, tras un esotérico rifirrafe entre la madrileña calle de Génova, 13, y la sede popular de la capital del Turia.
Era Ricardo entonces el hombre fuerte del partido valenciano y fue –según todos los síntomas- fiel servidor de Francisco Camps y, como llegó a recordar él mismo en unas declaraciones periodísticas, fue servidor también de Mariano Rajoy. Ricardo recibía órdenes de arriba. Arriba de él había dos personas: Rajoy, en Madrid; Camps, en Valencia.
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